SUEÑOS, RUTINAS Y REALIDADES

«El aquelarre»
Francisco de Goya
ELLA
Viernes, 04:25
Estaba en casa.
Sabía lo que había detrás de cada pared: la fotografía familiar sostenida al refrigerador con imágenes de frutas; la foto navideña de la sala al lado del sillón; la habitación infantil con pegatinas de dinosaurios en las paredes; el librero del pasillo con libros de arte y porcelanas de dientes. Una risa retumbó en el silencio de la casa.
Adrián.
Subí un escalón y luego otro, despacio, me adelanté apenas un tercer paso cuando escuché una voz detrás de mí.
—¿Qué crees que haces aquí?
Un escalofrío me recorrió y cuando miré hacia atrás la tenía a dos pasos de distancia, se veía mucho más decrepita de lo que la recordaba y sus ojos estaban inyectados de odio. Tía, la tía de papá al menos.
—Estás en mi casa.
—Ésta no es tu casa, es mía.
—Era de Noé. Ahora él está muerto, y es de Adrián, su hijo, y yo me aseguraré de que la casa llegue a sus manos cuando sea apropiado.
—Él era mi papá también —contradije, miré hacia el segundo piso, pero mi voz no hizo que las risas infantiles se detuvieran. Adrián era un niño feliz a pesar de todo.
—No lo era. Mi sobrino fue amable con Teresa al permitir que te trajera a vivir con ellos.
Mi madre quedó embarazada joven y cuando el susodicho decidió que era demasiado inmaduro para ser padre, ella tuvo que tomar la fuerza que a él le faltó para criarme, al menos hasta que llegó papá y se convirtió en la esperanza al final del túnel para ambas.
—Él estaría vivo si ella no hubiese sido tan egoísta como para hacerlo viajar en esa nevada.
—Era Navidad —mi voz salió quebrada, sin saber cómo contraatacar al resto de acusaciones—. ¿Cómo iban a saberlo?
—Le dije que sería su perdición, se lo advertí —Tía retrocedió y caminó hasta abrir la puerta principal—. Noé era como un hijo para mí hasta que ella me lo arrebató.
—Por favor —imploré—, yo no hice nada malo —me senté en el escalón aferrándome al barandal como si eso pudiera detenerla de sacarme de mi casa.
—¡No eres su hija! Entiende eso niña, no lo eres. Si lo fueras te habría confiado a Adrián, pero no es así.
—El testamento lo escribió cuando tenía solo quince años, ¿cómo iban a saberlo?
—Te habría dado su apellido ¿no?
Callé. Nunca pregunté por qué no tenía el apellido de él, aunque alguna vez mamá dijo que llevar sólo su apellido la hacía sentir orgullosa y que no quiso añadir el de papá. ¿Quién iba a pensar que la rebeldía de mi madre sería mi perdición?
—Por favor. Adrián es lo único que me queda.
—Y me aseguraré de tenerlo a salvo.
—No nos separes.
—Bien, ¿a dónde vas a irte con él? Llevas una semana fuera y no has conseguido ni siquiera un trabajo. Te quedaste con suficiente dinero para ti y ahora quieres desperdiciarlo en comida chatarra y hoteles, ¿me equivoco?
No respondí.
—Es mi hermano.
—Ahora es mío, y él vivirá aquí hasta que cumpla la edad necesaria para decidir.
—Yo puedo mantenernos a ambos.
Se detuvo analizándome con esos ojos rencorosos como si estuviera calculando mi voluntad.
—¿De verdad piensas eso?
—Es mi hermano.
—Entonces te harás cargo de sus gastos, y si en unos años demuestras ser tan responsable como crees que lo eres, yo misma cederé la patria protestad del niño. Pero si no traes dinero será porque no eres capaz, ¿verdad?
Caminó hacia mí y sujetó mis mejillas con una de sus manos clavándome sus uñas en la cara, me quejé, pero no retrocedió.
—Eres igual a tu madre. Terminarás embarazada o muerta, pequeña niña estúpida —y se rio clavándome hondo sus uñas al tiempo que su rostro iba desfigurándose; reía tan alto que su boca era ahora un agujero negro y sus uñas seguían lastimándome, haciéndola reír como si mi dolor le provocara cosquillas.
—¡Basta!
Mi grito retumba en la habitación oscura. Fue solo una pesadilla, una de las siete que me persiguen. Me quedo quieta esperando no haber despertado a Leonardo, pero el silencio gana incluso sobre mi grito. Me acuesto debajo de las cobijas intentando recuperar lo mejor de ese sueño: la risa de Adrián.
Él
Viernes 18:20
Si soy sincero conmigo, no puedo quejarme.
Perdí cierta libertad, sí, aunque eran cosas insignificantes, por ejemplo: no podía pasearme en bóxer en la cocina, tampoco podía desayunar con la toalla a la cintura. Libertades a las que tengo que ceder para mantener la paz y el respeto entre nosotros.
Mi horario de trabajo se extendió estos días hasta el anochecer para liberar pendientes y poder tomar una semana libre, la única hora en la que coincidimos es durante la cena y he descubierto que es platicadora. Me habla de temas banales: los clientes en la cafetería, las anécdotas graciosas de sus compañeros y los documentales que ve en la televisión mientras yo no estoy aquí. Empiezo a sospechar que ve documentales para tener tema de conversación.
El teléfono de la casa y la zona de videojuegos son la tecnología a la que ella tiene acceso y la imagino todo el día frente a la TV, aunque Dolores no lo haya mencionado en sus mensajes.
Dolores debe sospechar algo de la historia entre Elisa y yo, porque si Elisa fuese una invitada no necesitaría que cambiara su horario laboral de la mañana a la tarde. Tampoco le pediría que me envíe un detallado mensaje con las actividades del día. Me pregunto qué pensará Dolores de todo esto. Por ahora sus quejas se limitan a pequeñas frases, y con suerte tras sus vacaciones pagadas y las horas extra que se ven reflejadas en su salario, posiblemente tarde en confrontarme como un niño para que actúe racional. Y la razón por la cual no tengo ninguna queja, sospecho, es porque le agrada Elisa.
Elisa ha pasado sus tardes viéndola cocinar, escuchando las anécdotas de Dolores o platicándole de sus documentales, que creo que será la mayor queja que recibiré:
La señorita Elisa estuvo toda la tarde haciéndome compañía, ¿podría sugerirle ver caricaturas? No sé qué tienen de importante los egipcios, pero ella debería entender que a mí no me interesa aprender nada de extraterrestres.
Es una buena chica. Esta tarde no encontré la escalera por ningún lugar y ella insistió en limpiar la parte alta de la cocina. No fisgonea, ni entra a las habitaciones que no sean la suya. Hoy estuvo al teléfono, como a las seis de la tarde, creo que lloró. No pregunté porque se veía triste y no tuve corazón para interrogarla.
Pero soy consciente que ella poco va a durar como mi espía personal. No se me pasó por alto que esta tarde añadió a su mensaje una indirecta:
Elisa es una niña encantadora. ¿Le comenté antes que mi servicio no incluye ser niñera?
Y aunque sus pequeños guiños me parecían divertidos, sé que pronto será un problema. Aunque por ahora tengo problemas más grandes:
La boda sería mañana. Clare y Cloe han conseguido recuperar tanto como pudieron de los gastos, pero el salón que liquidé hace un mes se negó a devolver un centavo. Lo que no me importó, perdí más que sólo dinero con el rompimiento, excepto que las mujeres de mi familia no piensan así.
Y dado que a Cloe no le importó que la fecha de la boda fuese en su cumpleaños, no protesté en que lo celebrara en lugar de la boda. Según sus palabras la fiesta era el pretexto perfecto para que nadie recordara que una boda fue cancelada. No lo creo así.
Se necesita más que un simple cambio de evento para superarla. Tengo un comedor con ocho sillas de madera importada, y puedo contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que lo he usado en lo que va de este nuevo año y dudo poder hacer uso de él de nuevo. A Daiana le gustaba el comedor, preparábamos carne en el horno, servíamos vino, ella encendía unas velas en el candelabro y bajaba la intensidad de las luces del apartamento. Le gustaba cenar ahí.
Recuerdo que cenábamos uno en cada orilla, ella era inteligente, buena en los negocios y sabía sobre construcción, por lo que podíamos variar sin problemas los temas de conversación. Al terminar la cena, Daiana dejaba la servilleta de tela sobre la mesa y me miraba con sus ojos provocativos antes de levantarse e irse desvistiendo hasta llegar frente a mí.
Sacudo esos recuerdos. Eso se terminó.
—¿Todo bien en la cafetería? —me pregunta.
Por lo menos, Elisa me permite mantener la cabeza ocupada en problemas del presente y no del pasado. Habla demasiado y pregunta poco o nada. No sabe en qué trabajo, y cuál es mi puesto. Ella no sabe que tengo una empresa de construcción.
—Mañana inician mis vacaciones —le informo.
—¿Tienes algún plan?
Por lógica nadie desperdiciaría su semana de vacaciones en mantenerse aislado en casa.
—Lo decidiré en estos días.
—¿Alguna vez has viajado a la India? —Niego—. Vi un documental y resulta que la India fue el único lugar que no pudo conquistar…
—Alejandro Magno —concluyo por ella, asiente. Era algo que ya sabía y que no me resulta interesante. Mi tono cansado no la detiene de seguir hablando sobre el tema.
—Me preguntaba, qué tan terco debes ser para querer conquistar un lugar que no puede ser conquistado.
Mastico un esparrago antes de ser capaz de responder.
—La recompensa que iba a ganar debía valerlo, ¿no lo crees?
—¿No sería más fácil viajar a otro lugar?, ¿encontrar otra meta? —contraargumenta, haciendo cada pregunta después de una cucharada de comida.
—Tal vez nada se le parecía a la India —y no puedo evitar pensar en Daiana. Tal vez ella era la India para mí, aunque a Alejandro Magno le costó la vida esa aventura.
—Se le olvidó que ya había conquistado tantos lugares, que los abandonó por ir a buscar algo imposible —la miro con atención.
—Supongo que solo fue un hombre estúpido.
—Con un ejército —añade Elisa con una sonrisa, asiento mostrándome de acuerdo con ella. Elisa juguetea con uno de sus espárragos, al cuarto día ella dejó de comer de manera hambrienta, ahora se permite pausas entre cada cucharada y juguetear con su comida.
No dejo de preguntarme cuántas noches durmió sin cenar. También puede ser porque confía que mañana tendrá comida en la mesa, un techo seguro y un trabajo estable. Ella cambia de tema y parlotea sin que en realidad pueda prestarle atención. ¿Cuánto tiempo va a tomarle ser capaz de irse de aquí sin que eso la meta en problemas?
ELLA
Esa noche.
Han pasado cinco días, pero yo siento como si hubiese un abismo entre mi anterior vida y esta. Sólo Adrián me une a ambas realidades. Esta tarde usé el teléfono inalámbrico para llamarle a mi hermano, cerré la puerta de la habitación y le llamé desde el baño.
No había hablado con él desde que me mudé aquí, el primer día le deposité a Tía mis cortos ahorros con las últimas propinas desde el banco, pero no tengo teléfono y no me atrevo a usar el de la cafetería. Mucho menos si Priscila insistía en tenerme bajo su mira. Pero lo extrañaba tanto que corrí el riesgo, aunque pudiera escucharme Dolores.
Me quedé con él durante una hora completa, Tía tenía la costumbre de ausentarse todas las tardes para ir a la iglesia, de seis a siete sin falta, su negligencia por dejar a mi hermano solo en la casa, era también una ventaja porque podía estar con él, me contaba de su día, le ayudaba a hacer la tarea o me quedaba en la línea para asegurarme que no le pasara nada.
—Ven, Elisa —pidió como venía haciendo por al menos tres meses, sabía que la despedida estaba cerca, Adrián también.
—Sabes que la escuela no me permite ir.
—Tía está enojada contigo, dijo que no pagaste el dinero completo ¿De qué dinero habla?
—De la beca —le mentí.
—La semana pasada dijo que estaba harta de vivir en esta casa.
Lo que a ella en realidad le molesta es no tener la capacidad legal para venderla.
—¿Y las clases? —le pregunté para cambiar de tema.
—Creo que no quiero ser maestro, seré doctor cuando sea grande, como papá.
—Papá era dentista.
—Pero usaba bata blanca, ¿no?
—Sí, pero…
—Y la gente lo llamaba doctor.
No pude discutir ante esa lógica, extrañaba tanto sus ocurrencias. Me pregunté qué tanto me estaba perdiendo de su vida y se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Promete que nunca vas a olvidarme —le dije con voz quebrada.
—¿Por qué iba a olvidarte? —sonó confundido y detecté cierto temor en su voz.
—Sólo promételo —necesitaba escucharlo.
—Te lo prometo, Elieli.
Nadie me llama así excepto él, lo ha hecho desde que llegó a los dos años, abracé con ambas manos el teléfono contra mi oreja y cerré los ojos, si me concentraba lo suficiente podía imaginar que era a mi hermanito a quien abrazaba.
—Te extraño mucho.
Me pregunté si seguía teniendo el hueco entre sus dientes como la última vez que lo vi, si acaso Tía recordó poner una moneda debajo cuando se le cayó el siguiente diente, si tiene la amabilidad de contarle un cuento cada noche antes de ir a dormir como lo hacía mamá y si aún está nuestra fotografía familiar en el refrigerador o si tiró a la basura la foto navideña de la sala.
—Yo también. —Se escuchó un golpe seco a lo lejos—, ya llegó Tía, llámame pronto.
Y colgó.
Me quedé hecha un mar de lágrimas en una equina del vestidor durante la siguiente media hora, hasta que Dolores tocó a la puerta.
Ahora mismo, veo un documental de orcas en cautiverio. La triste historia de una orca que fue separada de su familia y obligada a dar espectáculos en Sea World.
Me identifico con esa orca. Yo también sé lo que es ser separada de tu familia y ser obligada a trabajar siendo la marioneta de alguien más sólo para poder llevar comida a mi boca. En algún momento lloro en silencio, dejando que las lágrimas caigan de mis mejillas mientras la triste historia de esa orca secuestrada sigue avanzando.
Hay orcas que mueren en cautiverio, otras que son rescatadas y la mayoría que son revendidas entre acuarios al mejor postor, siempre y cuando la orca tenga el talento suficiente para llenar las gradas del público. Las orcas son las prostitutas de los acuarios.
Y pienso en Mirna que era prostituida por el hombre que ella amaba. Y en Sara que siempre aceptaba los privados con los clientes para poder llevar comida a sus dos hijos. Y en Tania, que comenzó como yo y terminó bailando desnuda todas las noches dejándose tocar a cambio de billetes sobre su cuerpo. Y en Sofía, que aceptaba con risas que los clientes la sentaran en sus piernas y le apretaran el trasero o acariciaran sus pezones sobre la ropa porque no quería tener sexo con ellos, pero sí recibir buenas propinas para pagar las deudas del cáncer de su madre. O en Dani, que ella se dejaba tocar hasta por tres tipos al mismo tiempo, porque desde adolescente cayó en las drogas y no importaba cuantas veces las intentaba dejar, siempre volvía a caer.
Y lloro con más fuerza.
No puedo sentir lástima al ver la orca asesinar a su entrenadora, porque yo conseguí escapar, pero el resto de ellas sigue ahí.

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