V (UMDC)


EL INFIERNO, EL PROXENETA Y LA PROSTITUTA

«El grito»
Edvard Munch

ÉL

Mismo día al atardecer

«No es tu problema».Elisa mira en silencio hacia el edifico que da la sensación de ser mortal una vez pones un pie dentro, no sabría explicar el motivo que me lleva a pensar eso, solo lo hace. El edificio siguiente y el anterior y el que se encuentra cruzando la calle tienen el mismo diseño y todos se encuentran en el mismo nivel de deterioro. 

«No es tu problema».Elisa respira hondo y suelta el aire y vuelve a inhalar. Y no puedo dejar de preguntarme si acaso no es una manera para encontrar la fortaleza para regresar a este lugar. Ella no pertenece aquí.

«No es tu problema».Miro hacia donde ella observa: un hombre fumando afuera del edificio, las ventanas rotas, la pintura vieja que se cae y la basura acumulándose sobre la calle. Algunas ventanas tienen persianas y otras dejan entrar la luz a su antojo, me pregunto si alguien vive ahí o si se encuentran tan abandonadas como aparentan. 

«No es tu problema».Si su compañera se encuentra sobria, Elisa tendrá un techo bajo el cual dormir esta noche. No puedo imaginarme qué tan desesperada está, para volver aquí. Se lo pregunto.

«No es tu problema».No tiene ningún otro sitio al cual ir y no conoce a nadie más con quien quedarse, es triste, pero no es mi problema, no lo es.

«No es tu problema».Me pregunto si acaso alguna de las dos tiene manera de conseguir dinero para comer el día de mañana. Se lo pregunto.

«No es tu problema». 

«No es tu problema». 

«No es tu problema». 

«No es tu problema».Me cuenta que no tiene a nadie, perdió a sus padres, su casa, su estabilidad financiera y no tiene siquiera un empleo, ahora no me sorprende que el desayuno de esta tarde sea en realidad lo más saludable que ha comido en semanas.

—Pagaba la deuda de la casa o perdía lo que me dejaron de herencia.

«No es tu problema». Perdió su hogar y con los meses fue perdiendo el dinero que le dejaron hasta que su compañera de cuarto se robó lo que le quedaba.Los ojos de ella por un momento se llenan de lágrimas, pero tan pronto como lo hacen desaparecen con los veloces parpadeos para disipar el llanto. Y creo que es valiente, es una sobreviviente de a saber de cuántas penas desde que murieron sus padres y está decidida a aceptar su nueva realidad. Si ella lo quisiera no me molestaría hablar con mi hermana y pedirle ese favor, me muerdo las mejillas por dentro para evitar que las palabras salgan de mi boca. En realidad, no sé si hay alguna vacante disponible. 

«No es tu problema».Aunque ahora un peso de culpa hace que me pregunte si no estoy siendo un cabrón insensible. Me pregunto si al salir del automóvil y llegar a su piso dejará que las lágrimas de sus ojos se desborden. Me pregunto si al regresar a mi apartamento yo podré fingir que nada lo de este día ocurrió y seguir adelante, la vida está llena de personas como Elisa, y no es mi responsabilidad salvarlas a todas. 

«No es tu problema», me convenzo.Elisa me agradece, no tengo idea de la cantidad de veces que lo ha repetido. Asiento, pero me sé poco merecedor de su agradecimiento. Tengo el dinero para ayudarla, tengo oficinas para darle un empleo, pero me quedo quieto.

«No es tu problema».Me da una última sonrisa derrotada y agradecida antes de abrir la puerta y bajar del coche.

«No. Es. Tu. Problema». 

Sabes dónde encontrarme —le digo, para que entienda que si lo necesita podría ayudarle, Se agacha para despedirse y deja una pequeña sonrisa amable para mí. 

—Y ahora tú también lo sabes.

Pero yo nunca vendría aquí, nunca lo hice en treinta y dos años. La única razón por la que estuve cerca fue porque mi amigo, Samuel, decidió que para olvidar a Daiana solo necesitaba distraerme con alguna mujer y me llevó a un prostíbulo. Y entonces tengo este escalofriante pensamiento sobre Elisa, ¿cuánto tiempo más viviendo aquí pasará antes de que sea arrinconada a ese destino? Ella se da la vuelta para seguir su vida y yo tengo que irme. 

Porque ella no es mi problema. Nada de esto es mi problema. Yo sólo fui un tipo que pasó por casualidad en una calle y logré ayudarla cuando me necesitaba, cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo, me convenzo. 

«No es tu problema».

ELLA

La primera vez que estuve frente al edificio pensé que aquí moriría. En ese momento pensaba en lo inseguro que se veía y en los peligros que debían existir a su alrededor, ahora creo que moriré como trabajadora de burdel. 

Si el lunes no consigo un empleo, si el resto de la semana dejando mi curriculum en todas partes no hay respuesta, si paso un mes siendo constante y aun así de nadie llama, aquí moriré, en esta maldita vida condenada a una eternidad dentro de un burdel. Esta mañana estuve en un paraíso terrenal y ahora he vuelto al infierno. El horrible edificio espera por mí como si fuera capaz de devorarme, o por lo menos a una parte.

Luego de pasar unas horas en su apartamento, mi edificio parece una mezcla de esas películas de zombis y mafiosos.

Reconozco al hombre que fuma afuera del edificio, Joel, un pelirrojo que me chifla y lanza piropos cada que nos encontramos entre los pasillos, supongo que sabe dónde trabajo, aunque nunca lo he visto ahí. Mira en mi dirección y sonríe.

Obligo a mis pies a dar un paso frente al otro y mantengo mi vista en el edificio, reconozco mi ventana en el cuarto piso, preferiría que mi apartamento no tuviera ventana porque así podría pretender que vivo en una eterna noche y sería más simple dormir durante el día o ignorar el sonido que se cuela por las orillas de la ventana y me recuerda dónde me encuentro.

—¿Buen cliente? —Joel me habla con una repentina familiaridad. 

Alzo la barbilla sin responder. 

Él se ríe y lanza todo el humo del cigarro en mi dirección. Manoteo al aire para alejar su pestilencia de mí y sigo andando. Cuando estoy por entrar, se mueve en medio del portal impidiéndome el paso.

Me cruzo de brazos. 

—Voy a pasar. 

—Mi novia necesita un cliente como ese.

Si él no pasara noche y día drogándose, ella no necesitaría eso. Su novia, una mujer de cuarenta años que lleva prostituyéndose desde que tenía diecisiete, perdió las posibilidades en un bar desde hace al menos una década.

—Voy a pasar —repito, pero él no se mueve, y lanza otra bocanada de humo a mi rostro. 

—Anda, aún está esperando por ti, pídele un número, seguro que tiene un interesado. 

—Dije que voy a entrar —ni siquiera intento disfrazar la molestia y el desagrado en mi voz, doy otro paso hacia el frente, pero se mueve también, impidiendo que entre al edificio.

—Quiero un contacto —insiste perdiendo la sonrisa—, ¿no? Mirna gana por hora, entonces quiero eso. 

—No vas a cobrarme por entrar al edificio. 

—No es por eso, es por no querer ser una buena chica y conseguir un número de teléfono para Mirna. Venga, linda, te he visto platicar con mi mujer, sabes que lo necesita. 

Lo único que Mirna necesita es deshacerse de él e iniciar otra vida lejos de aquí. Como si la invocáramos, Mirna baja las escaleras y camina hacia nosotros, trae puesta una camiseta de un equipo de futbol y unos pantalones entubados que le quedan apretados, en brazos trae un niño de dos años sin camisa y en pañal desechable, que le jala los rizos a su madre. 

—¿Ahora qué sucede contigo, Joel? 

—Es nuestra vecina, no quiere presentarte a su cliente. 

Una sonrisa crece en el rostro de ella al ver hacia el deportivo estacionado. 

—Vaya pilla.

—No es nada de eso, es un amigo —miento. Ambos ríen.

—¿Un amigo?, ¿tuyo? —usa el tono burlesco, claro, ¿qué razón habría para que alguien como él tuviera alguna clase de contacto con una persona como yo? Es ridículo.

—Cuídame al niño.

Joel tira el cigarro al suelo antes de aceptar cargar al niño. Ella se quita la camiseta de futbol revelando una blusa de tirantes negra que permite que se aprecien sus pechos grandes y su abdomen plano por las drogas o el hambre, no lo decido. Le entrega también la camisa deportiva a Joel. El pequeño empuja el pecho de su padre.

—¡Mamá! —grita el niño estirándole los brazos, pero Mirna avanza hacia la calle. 

Jalo aire y junto el coraje que necesito para volver hacia donde sé que sigue el automóvil azul. Siento arder mi rostro de vergüenza cuando veo a Mirna dando toques a la ventana.

—Esto es ridículo —no puedo permitir esto.

Mirna fue simpática conmigo desde que me mudé aquí, vivímos una frente a la otra y cuando coincidíamos en los pasillos me cuenta sobre alguna trivialidad de su vida.

Sabía que era prostituta desde los diecisiete, que se enamoró de su proxeneta, tenía tres hijos, la mayor tenía quince años, los mismos años que ella cuando inició en la prostitución; su segunda hija tiene doce, buenas notas y Mirna lo presume cada que puede hacerlo. El pequeño nació un par de años atrás. 

Una noche, borracha me contó que a veces no estaba segura si su hijo menor era de Joel o de alguno de sus clientes, pero era niño y Joel quería un niño. Ambos pretendían que era de él, aunque el pequeño no tuviera el parecido de su padre por ningún centímetro de su cuerpo. 

Y hasta hoy nunca la vi meterse en el papel de prostituta. Se contonea contra la ventanilla del automóvil. Mirna da golpecitos a la ventana, ofreciendo sus servicios sexuales sin cohibirse. Si ella pudiera tener un cliente que pagara bien, tal vez su vida cambiaría.

Me encuentro dividida, Mirna es mi vecina, pero ese desconocido hizo por mí más que nadie hasta ahora, sin importar el tiempo, la balanza se inclina a su favor. Debo hacer algo.

Doy apenas un paso hacia él, pero una mano aprieta mi brazo deteniendo mi caminar. Miro hacia donde está la presión, Joel. No muestra ni un atisbo de culpa, se ve serio, me levanta una ceja como si no tuviera idea de dónde surge el enojo de mi parte.

—No intervengas.

Intento soltarme de su agarre, en vano.

—Entra a tu apartamento, ahora —ordena de nuevo, niego y vuelve a apretar.

—¡Basta! —grito de dolor tras el nuevo pellizco, pero eso no lo detiene y sigue sin soltarme manteniendo la presión en mi cuerpo.

—Ahora. —Su voz es acida y sé que lo estoy sacando de sus casillas o por lo menos de su sentido común. Niego. 

Mis ojos se llenan de lágrimas, miedo, coraje, desesperación, vergüenza, todo contenido en ellos. Me rehúso a darle el gusto y llorar, porque sé que, si lo hago, jamás me dejará olvidarlo y cada día a partir de hoy me molestará con este momento.

Intento quitar la mano de él, pero ejerce el doble de fuerza. Hay odio en sus ojos y una mueca de disgusto en los labios que me hace temblar. Entiendo que Joel no es solo mi vecino drogadicto, sino que tiene bajo su control a varias prostitutas, que seguramente va armado, que ha golpeado a su mujer antes, quizás a otras mujeres también y sé sin dudarlo que él se está conteniendo para no golpearme en este momento. Lo único que lo detiene es que eso le traería problemas con Don, y nadie en el barrio quiere problemas con él.

Me retuerzo entre su mano y con mi mano libre intento quitar sus dedos de mi piel, vuelve a apretar. Duele tanto que podría romperme el brazo.

—Basta.

—Tengo tiempo, ¿quieres subir?… —la voz de Mirna se pierde abruptamente y un segundo después Joel me libera, retrocedo.

—Agradece que tienes un niño en brazos —Leonardo se detiene frente a mí, enfrentando a mi vecino.

Mi vecino, el drogadicto que prostituye a su mujer y que no les teme a los policías, baja al niño al suelo y levanta el mentón hacia el hombre que no lleva ni veinticuatro horas en mi vida y me ha salvado más de una vez. Leonardo no retrocede ante la evidente provocación.

—¿Y bien? El niño está en el suelo. —Leonardo no se mueve de su sitio ni responde—. Eso pensé. Los de tu tipo hablan mucho y hacen poco. —Joel se mueve hacia un lado hasta que nuestras miradas se encuentran, ronronea como un felino y sonríe como una fiera—. En tu lugar me andaría con cuidado, gatita. Porque cuando te encuentre sola…

Y la amenaza no llega a concretarse ni el miedo surge porque las palabras de Leonardo que interrumpen a Joel con voz firme lo cambian todo para mí:

—Nos vamos, Elisa, ve por tus cosas.

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